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domingo, 14 de julio de 2013

LLEGADA DEL CHOCOLATE A EUROPA

Fue para el siglo XVI que el cacao apareció en el palacio del rey Carlos V. Esto constituyó un buen comienzo para el chocolate, que desde el siglo XVII era el preferido de la aristocracia y el clero de España. Desde allí llegó al resto de países de la corona española, como Flandes, los Países Bajos y una parte de Italia.

La preciada bebida llegó a Francia a través de la ciudad de Bayona en 1615, con motivo de la boda de la infanta española Ana de Austria con Luis XIII. La joven princesa llevaba en su equipaje los útiles para preparar chocolate. Pero fue su nieta, María Teresa de Austria (esposa de Luis XIV) quien contagió a la Francia del llamado Rey Sol su gran pasión por el chocolate. Las malas lenguas incluso decían que tenía los dientes negros de tanto consumir la bebida.

En vísperas de la Revolución, sólo los privilegiados eran “admitidos al chocolate” que se servía en el castillo mientras que para el pueblo parisino seguía siendo un elixir inalcanzable. Como mucho, los más curiosos, siempre que hubiesen alquilado un traje y una espada al conserje del castillo, tenían la posibilidad de ver la chocolatera de porcelana fría de la reina María Antonieta, ya que la comida de los soberanos estaba abierta al público.

Haberlo tomado o no, esta era la cuestión que dividía en dos a la nobleza francesa en la época en que el chocolate se estaba introduciendo en la corte. Corrían los más disparatados rumores entorno a la excitante bebida, unas veces elogiada y otras criticada, ya que por ratos deleitaba mientras que en otros acaloraba y sofocaba por su excesiva temperatura.

La aristocracia italiana no escapó a la golosa fascinación por esta bebida. Tanto si se tomaba tibio y líquido en la indolente soledad de un salón, o helado, como sorbete, en ocasión de un buffet veraniego, el suave chocolate seguía siendo un privilegio de clase.

La alta sociedad londinense, por su parte, se envició gustosamente con las primeras casas de chocolate. Entre centros políticos, club de juegos y templos de chocolate, establecimientos como el Cocoa-tree o el White’s vieron codearse, alrededor de un taza de excelente chocolate, a soberanos, primeros ministros y jugadores profesionales. El suave chocolate de los países latinos hervía en el centro de unas pasiones más libertarias que libertinas.


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